El amor de mi fantasiosa vida
Hace ya más de 3 años
un chico universitario, de aspecto corriente, alto, tan blanco como una hoja de
papel, cabello liso castaño claro e ignorante sobre el significado de la fidelidad, a las afueras
del recinto estudiantil un mediodía de abril, se topó con quien a su vida
estaba a punto de revolucionar. Aquél, con una gama amplia de expectativas pero
todas llenas de credulidad, apeló por la valentía y se arriesgó a lo que podría
ser un No desgarrador.
Atisbaba a la joven sin
que ella en lo más mínimo lo percatara, con cautela, se fue acercando, y sin dobleces
en la lengua, la saludó con un alto grado de timidez e hizo ademán de sus
expresiones. Ella, sorprendida por su presencia y a la vez desesperada por
largarse del lugar, le devolvió el saludo por simple cortesía. La suerte fue un
factor importante: la chica de estatura baja, de piel morena, con algo de sobre
peso, y deliberadamente despeinada, le facilitó su número telefónico al joven,
y éste, se alejó de ella saltando en un pie. A partir de aquí, para ambos el
amor significaría jugárselo todo, o disfrutar de momentos casuales.
Ambos, ambivalentes de
sus palabras, dieron el máximo paso aventurándose a un futuro desconocido sin si
quiera haber antes contado sus pasados. Sus encuentros eran frecuentes en el
mismo sitio donde compartían carreras distintas, aunque sus estudios no eran
percance para dicha alegría. Ellos, tan inmaduros como enamorados, encontraron
su integridad cuando sus cuerpos fusionaron, y al momento de conocer las más
recónditas fantasías, reafirmaron su unión con un módico beso.
Conocieron a sus
familias; la de él, un tanto divertida, ni tanto extrovertida ni muy exquisita;
la de ella, un tanto anticuada, ni tanto arcaica pero muy querida. Llegaron al
año, atados a regañadientes, jurando la eternidad a su felicidad, insinuando
que la vida les deparará lo que Dios esté dispuesto a concederles.
Cuando se encontraban
en su máximo apogeo, inesperadamente, arribaron días ansiosos llenos de
violencia a causa del descontento hacia el gobierno de turno, ocasionando que
sus encuentros usuales se redujeran a solo momentos ocasionales. Afortunadamente,
se reanudaron las clases en un ambiente repleto de recelo. Por parte de ella,
convencida que todo regresaría a la regularidad; por parte de él, inequívoco
que debía continuar luchando por la libertad de su país.
Cansado, irritado,
sintiéndose aburrido de la misma rutina, con un nefasto e impasible adiós,
despidió y aniquiló a quien el juró amar por sobre todas las cosas. Pero la
razón del despido contenía algo aún más grave: no fue la monotonía, sino una
tercera, que con su delicada belleza y risa inocente, se interpuso
arbitrariamente en el camino de los enamorados. Sin embargo, esta absurda
aventura duraría lo que dura un ojo en pestañear, y el victimario, arrepentido
de todos sus males, arrodillado pidió refugio en los brazos que alguna vez lo
quisieron.
Quizás fue por la
sensación de soledad, o la lástima de ver a un hombre como perrito faldero,
pero ya la ahora no tan cándida, permitió bajo ciertos estándares, que el
sollozo personaje regresara a su vida y esta vez no dispondría de los mismos
lujos. A punta de tropezones y discusiones constantes por el infame error,
pudieron conseguir volver a la normalidad, pero sin escatimar por parte de la
dama que otra vez la confianza, aún frágil por lo ocurrido, cayera en un abismo
sin fondo.
Luego de un año lleno
de misterio, lujuria, y con algo de júbilo y una alegría no tan dichosa, la
pareja continuaba demostrando, que a pesar de los obstáculos y las aberraciones
de la tentación humana, un amor remendado llegaría a tener frutos siempre y
cuando el sol lo iluminara. Al acercarse el tercer aniversario, la joven, ahora
graduada de la universidad acreedora del título de abogada, comenzó a presentar
signos de rechazo hacia el joven ingenuo de la realidad. Un mes después del
cumplimiento de los 3 años de idilio, un 13 de julio por la noche del año en
curso, ella con contundencia, concluyó de una vez por todas, un amorío con
rasgos de obligación, y él, afligido y destruido, aceptó ásperamente la
decisión.
Me di cuenta que por mi
mala jugada las consecuencias de ello recaerían en mí, siendo yo esta vez el
desilusionado. Son numerosas las incógnitas que reposan en mi mente de por qué
su escabrosa ida, y en el mejor de los escenarios, quisiera no saber la
respuesta. Tal vez me hizo un favor, o yo a ella, pero de algo si estoy
convencido, que el amor que yo creía verdadero, paso a ser el amor de mi
fantasiosa vida.
Gracias menor!
ResponderEliminarBrutal
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