Te desconozco Universidad
Universidad de no muy larga
trayectoria, cuyo nombre honra y venera a un famoso pintor venezolano;
instalaciones que abrigan a la naturaleza y permiten que el viento circule con
libertad, trabajadores decididos a laborar con benevolencia, vertebrados de 4 patas
rondando los pasillos y la vegetación sin ninguna restricción, y por último
pero no menos importante: estudiantes que despiertan a regañadientes para
acudir a las aulas de clases y darle la supuesta reputación que el recinto
estudiantil merece. Tomando en cuenta esas particularidades, ¿por qué aún
persisten jóvenes en querer ingresar sustancias tóxicas dañinas al cuerpo
humano? ¿Qué motivo hay en que algunos que fungen en la administración y en la
atención del alumnado, muestran caras de pereza absoluta y hablan como si la
mandíbula les pesara? ¿Por qué a los profesores, siendo algunos eminencias
admirables, reciben un pago mísero? No sé si mi capacidad mental se limita a
esas diatribas, o será que solo puedo ponderar de primer lugar la negatividad
reflejada de lo que debería considerar como mi segundo hogar. Me causa
descontento saber que, a sabiendas de los exorbitantes precios de las
matrículas semestrales, la seguridad universitaria sea tan pésima y la falta de
un buen lugar para almorzar quede perdida en el horizonte (en cambio, se gasta
en pinturas y cámaras de vigilancia). Aunado a ello, dejando afuera las
decisiones y gestión del alto directivo, pudiera hacer hincapié en las idea
innovadoras que se dejan de tomar como proyectos factibles y continuar con la
monotonía del análisis y la comparación. Parece ser que, a los que nos dan las
herramientas fundamentales para ser grandes profesionales, prefieren persistir
con un pensamiento arcaico y lineamientos que no se adaptan a las exigencias
actuales: exhibir trabajos únicos y que le otorguen prestigio a la universidad,
aparte de ser sinónimos de excelencia y perfectos ejemplos para la impartición
de clases.
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